Tratamiento de las redes sociales no solo como herramienta de comunicación social para traductores, correctores e intérpretes sino de prospección comercial, documentación, afiliación y aprendizaje, además de instrumento para consolidar el sentido de «comunidad» y la defensa de los intereses comunes.
Introducción: la era preinternética
Me gustaría empezar este artículo situándonos en contexto, remontándome a los tiempos en los que la expresión networking se habría considerado un anglicismo innecesario (decíamos «hacer contactos» entonces) y una «red social» era tu círculo familiar y de amistades en eso que algunos llaman ahora, irónicamente, «la Vida Real™».
A principio de los años noventa, los que empezamos a traducir vivimos un apasionante momento de cambios, y ya adelanto al lector que los próximos párrafos harán esbozar alguna sonrisa a más de alguno nacido en los años ochenta.
Así, entre finales de los ochenta y principios de los noventa, se produjo en España la transición definitiva de las máquinas de escribir a los ordenadores personales. Hasta 1992 tuve la oportunidad de trabajar con agencias, estudios de doblaje y clientes que aún me pedían traducciones impresas (en aquellas ruidosas impresoras matriciales que usaban papel continuo), mientras otros adoptaban con ímpetu el moderno disquete de 5,25 pulgadas, el famoso floppy, que tenía el tamaño de un plato de postre. Luego llegarían los «innovadores» disquetes de 3,5 pulgadas, el teléfono móvil, el CD y… en pocos años, se popularizarían los modems, los cedés y el correo electrónico.
Entre tanto, nuestra profesión se ejercía mayoritariamente en lugares próximos a las fuentes de ingresos, de empresas y agencias y, por tanto, la mayoría de los traductores del país vivían en zonas fuertemente industrializadas y comerciales, como Madrid y Barcelona. Hasta que no pudimos empezar a enviar trabajos por módem (conexiones directas entre dos ordenadores, antes de la generalización del correo electrónico), había que desplazarse hasta las empresas para entregar los trabajos, aunque fueran en soporte electrónico (disquete), además de tener un presupuesto asignado para mensajería y correspondencia. Déjenme que les ponga un ejemplo para que se hagan una idea: a finales de 1990, un estudio de doblaje me encargó la traducción de una serie. Eran 36 capítulos. El material que hubo que trasladar ocupaba el mismo espacio que un minibar de hotel: 36 cintas VHS y 36 guiones impresos de unas cuarenta páginas cada uno.
Por eso, la mayoría de los colegas que conocí en mis comienzos eran personas de distintas regiones que habían acudido a Madrid o Barcelona para poder trabajar como traductores, como era mi caso. A pesar de mi falta de experiencia y formación universitaria, tuve una ventaja competitiva: la tecnología. En 1990, yo tenía un ordenador y correo electrónico con un servicio llamado CompuServe. Por eso, como diré más adelante, la tecnología puede ayudar o suplementar nuestros rudimentos teóricos como traductores.
Mi primer ordenador profesional me costó el equivalente a 2000 € y no tenía disco duro. En 1990, yo tenía unos costes anuales de unos mil euros en correspondencia, mensajería, material de oficina y diccionarios. En 1994 abrí mi primera página web, y en 1995 me convertí en teletrabajador a tiempo completo, ya que la mayoría de mis relaciones profesionales —tanto de captación como de comunicación con clientes— las hacía a través de mi ordenador y del correo electrónico.
Y menciono todo esto, porque ha cambiado notable y esperanzadoramente el perfil del traductor en los últimos quince años. Con todo lo dicho hasta el momento, permítaseme recordar al lector cuál era el perfil del traductor en los años noventa: profesionales que no habían estudiado traducción (porque no había casi facultades), que vivían en grandes centros de población (ya que debían visitar a sus clientes), que no tenían internet o, si lo tenían, casi no lo usaban para hacer negocios y que solo aspiraban a trabajar para clientes de su región, porque, repito, las traducciones se entregaban en persona o por mensajería, igual que los materiales e incluso glosarios o documentos de referencia.
En aquella época, en el tablón de corcho que colgaba en mi despacho, estaban permanentemente colgadas las cuatro hojas de las Páginas Amarillas que contenían todas las agencias de traducción de Madrid.
Llegó internet
Hoy en día, hay una superabundancia de facultades, la mayoría de los traductores son mujeres, la profesión se ha tecnificado muchísimo (uso de recursos en línea, memorias de traducción…) y lo más espectacular es que nuestro ámbito de trabajo ya no se limita a una ciudad o región, sino que podemos trabajar para agencias y clientes de todo el mundo, ya que las redes sociales se han convertido no solo en una herramienta de comunicación social sino de prospección comercial, documentación, afiliación y aprendizaje, además de consolidar el sentido de «comunidad» y defensa de los intereses comunes.
Yo suelo explicar con una analogía la lección que, como profesional, he aprendido con el tiempo: la tecnología es un tren en movimiento; cuanto más tardamos en subirnos a él, más rápido avanza y más cuesta incorporarse. Paradójicamente, lo que no ha cambiado en nuestra profesión es el lamento constante sobre la poca visibilidad de los traductores (de la que somos responsables nosotros, en gran medida), sobre la crisis, la competencia, el intrusismo, las tarifas y unas cuantas cosas más. Vivir de un modo casi permanente con esta sensación puede ser sofocante y, peor aún, paralizante, porque merma nuestra creatividad y nuestros ánimos para buscar fuentes de ingresos y tener el deseado éxito profesional.
En estos años de profesión, también he llegado a «dibujar» un perfil del profesional que termina abandonando este oficio voluntariamente o forzado por su precaria situación laboral. Generalmente, es una persona que considera que de la traducción no se puede vivir bien y que rechaza de plano las innovaciones o está convencida de que serán transitorias y de que siempre habrá gente que necesite «lo de antes». Lamentablemente, en esto último, la historia y el paso del tiempo no parecen estar de su lado. Muchos de los traductores que yo conocí y se quedaron por el camino rechazaron en su momento la informática, el módem, el cambio de WordPerfect a MS Word, la llegada de las memorias de traducción, las redes sociales, la postedición y otros «avances» que afectaban intrínsecamente al desarrollo de nuestra profesión. Estos cambios —es innegable— son difíciles, arduos, suponen un esfuerzo de aprendizaje y un coste añadido, algunos vienen impuestos, responden más a las necesidades de nuestros clientes que a las nuestras, homogenizan la demanda, incluso empeoran el proceso de traducción (las memorias de traducción están propiciando los textos traducidos frase por frase, debido a su sistema de segmentación)… pero es un tren que no se para. Debemos intentar acomodarnos y buscar la parte positiva que guarda cada uno de estos cambios para nosotros y, al menos, no rechazar de entrada lo que está por venir, pues luego su adopción será más compleja.
De aquellos polvos, ¿estos lodos?
Entonces, si en la actualidad hay más medios, más tecnología, aumenta sin cesar la demanda de traducción a escala internacional, hay un mercado mucho más vasto y se han reducido drásticamente los costes de establecimiento profesional, ¿por qué se sigue oyendo tanto esta queja? Yo lo achaco a varios motivos, pero principalmente, a dos:
- La profesionalización en el mundo académico no va pareja a la del mundo profesional. Hay muchas centros de enseñanza, sí; pero debido a la estructura del sistema académico actual, es relativamente frecuente que muchos profesores y catedráticos sean únicamente teóricos de la traducción y tengan poca experiencia profesional como traductores o intérpretes, si tienen alguna. Esto, en sí, no es negativo; lo preocupante es que un número nada desdeñable de ellos desalienta a los alumnos desde tarimas y estrados, induciéndolos a pensar que este mercado está saturado o no está preparado para el número de traductores titulados que salen cada año a la calle. Esta afirmación resulta discordante con los planes de los altos estamentos académicos, que apoyaron y planearon —y siguen haciéndolo— la apertura de un buen número de centros y facultades[I] en los que se imparten estudios de Traducción o Interpretación en España, y que alcanzan en la actualidad —sino superan— la treintena. En ocasiones, los alumnos se sienten —legítimamente— inmersos en una especie de experimento, porque algunas de las facultades se abren con pocos medios, sin laboratorios de prácticas, con un profesorado reciclado que, en su mayoría, procede del mundo de la Filología y que no recibe demasiados apoyos personales para reconvertirse a la Traducción o Interpretación, salvo el interés personal por hacerlo bien, como hacen muchos.
En una ocasión, durante el desarrollo de una mesa redonda sobre estos temas, pregunté si el Ministerio y las CC. AA. habían llevado a cabo algún tipo de estudio de mercado sobre la oferta y la demanda reales del sector en relación con el número de profesionales titulados que producían cada año y, para mi asombro, el decano de una facultad contestó esto: «La universidad no es una oficina de empleo». A mi parecer, todo esto genera alumnos (y futuros traductores) atribulados, que salen cabizbajos con su título y perpetúan esta negatividad en las redes sociales, donde la queja siempre destaca más que los casos de éxito[II]. No en vano, aquellos profesionales que viven holgadamente de esta profesión no entran tanto en las redes sociales a comentar ni a dar demasiadas pistas sobre su éxito, por temor a la competencia o incluso a ser tachados de arrogantes. No obstante, cada vez hay más profesionales que publican consejos sobre cómo desempeñar bien esta profesión, buscar clientes y sacar un provecho económico.
- En las carreras de Humanidades, en general, no parece procedente hacer demasiado hincapié en la crematística y hasta parece un tabú el hecho de lucrarse. Por eso, durante muchos años no ha habido en los congresos —y sigue sin haber en la mayoría de los centros universitarios— ponencias, exposiciones o asignaturas que cubran sobradamente aspectos profesionales, tributarios y comerciales de la profesión. De nuevo, esto genera titulados con una buena preparación para la traducción (en aspectos teóricos y en herramientas de traducción), pero con poca o ninguna habilidad empresarial, y esto es una lacra en una profesión como la nuestra en donde la mayoría de nosotros ejerce como profesional autónomo. El profesional desinformado comete muchos errores y ha venido a reemplazar al antaño «intruso», que algunos percibían como chivo expiatorio y causante de los males del sector, porque se trastabilla, comete un mayor número de errores por falta de conocimientos y ofrece precios bajos que no se corresponden con el coste de vida de nuestro país.
Del ‘lobo solitario’ a la ‘quedada’
Pero dejemos a un lado los aspectos negativos, porque aún siendo necesario destacarlos, son los minoritarios. El ejercicio profesional ha experimentado unas sorprendentes y agradables mejoras. Así, pasamos de la profesión desconectada, analógica, poco asociativa y solitaria de antaño a esta situación de hogaño: una profesión plural, diversa en su formación y especialidades, con aspiraciones internacionales, con una buena base académica y con una gran base tecnológica; capitaneada por una generación digital que se mueve con soltura por internet y los medios sociales. Vivimos un momento magnífico a escala internacional, precisamente por —y a pesar de— todo lo expuesto.
El concepto de ‘currículo social’
Muchos traductores noveles, en especial, deben estar muy agradecidos a internet y las redes sociales. Muchos traductores que viven en pequeñas poblaciones (inviable hace apenas quince años, como decía) también lo están por motivos similares. Además, estos últimos tienen una ventaja respecto a los que vivimos en grandes ciudades: el coste de vida es significativamente menor, y esto incide directamente en la balanza de ingresos y gastos.
Algunos traductores con gran motivación, pero poca experiencia han convertido sus páginas profesionales de Facebook y, sobre todo, sus blogs, en grandes escaparates de promoción. El mejor marketing es aquel que no se nota, que parte de un interés legítimo e ilusionado por compartir con los colegas los hallazgos y lecciones que uno va cosechando con el paso del tiempo. Si no llega a ser por esos medios sociales, muchos no sabríamos de su existencia y, sin embargo, hay casos de éxito muy notables y alentadores.
Otros han sabido fabricarse una marca con esmero, pero de nada sirve tener una marca digital o personal si no hay autenticidad. No es menos cierto que también ha aumentado de modo sustancial la proliferación de «ruido digital», de webs y blogs que contienen información superflua o son un mero repositorio de información ajena, poco clasificada y sin perspectiva, por eso la valía personal y digital debe ir lo más acorde con nuestra talla profesional, pero teniendo en cuenta esta máxima que repito en mis cursos: «La falta de experiencia no te hace mal traductor; sencillamente te hace menos experimentado». Un traductor sin experiencia puede (y debe) ser un traductor de calidad, porque, como dice Héctor Quiñones, en traducción, «cuando hablo de “calidad” digo ejecución correcta, seriedad, puntualidad, especialización, aprendizaje continuo, adaptación al cliente, etcétera»[III]. Dicho de otro modo, la calidad no reside únicamente en traducir bien, sino en que todo el proceso sea satisfactorio para el cliente.
Estrategias para medios sociales
Partamos de un concepto primordial: no es necesario estar en redes sociales para ser un buen traductor. Algunos de los mejores traductores que conozco apenas usan estos medios. No hace falta tener un blog y una página profesional en Facebook, un perfil en Twitter y otro en LinkedIn. No hace falta… pero ayuda. Desde el momento en que decidamos crear una identidad digital en redes sociales, hay varios factores que van a determinar nuestro éxito, el alcance de nuestras publicaciones y nuestro posicionamiento, es decir, la facilidad con la que colegas y potenciales clientes nos van a localizar. Me gustaría desglosarlo en una especie de prontuario sobre qué es recomendable hacer y no hacer en internet:
- No es caro. Habida cuenta de los costes profesionales y de establecimiento que asumimos en su día los que llevamos un tiempo dedicándonos a esto, me sigue sorprendiendo que haya gente que no haya hecho una mínima inversión en su imagen profesional, que es diminuta en comparación con la de otras profesiones liberales. Creo que es más por desconocimiento de estas cuestiones profesionales que el por el coste que supone. Algunos de los gastos que un traductor en ciernes debe considerar a corto plazo son: diseño de una página web/blog, diseño de un logotipo para internet y material impreso (tarjetas…), asistencia a congresos y cursos como formación continua, inversión en diccionarios electrónicos, suscripción a fuentes de documentación y programas de memoria de traducción, entre otros.
- Lleva tiempo. Una vez asumido que vamos a estar presentes en redes sociales, esta tarea debe enfocarse como lo que es: una labor profesional. Si no hemos hecho un plan de marca, es posible que nos acabe pareciendo que invertimos mucho tiempo en esto y no vemos un resultado inmediato. Mantener la presencia en internet lleva un tiempo y es un trabajo lleno de distracciones. Es importante tener disciplina y asignarse un plazo muy concreto a diario para el mantenimiento, publicación e interacción con seguidores y lectores. Uno debe pensar que es un tiempo invertido, no gastado.
- Ayuda a posicionarse. El blog es importante si con él se demuestra un esfuerzo y se aporta un valor añadido, además del hecho esencial de querer compartir sin tener por qué pedir nada a cambio. Cuando leemos un blog interesante sobre traducción, los lectores y colegas presuponemos una disciplina (por la publicación periódica y la investigación que supone), y ayuda a forjar en los demás la idea de un profesional competente por su forma de redactar y de interactuar con sus seguidores en los comentarios. Hay algunos traductores sin experiencia que vuelcan en su blog, precisamente, las enseñanzas de maestros o traductores de referencia, lo aprendido en congresos y cursos, o información sobre recursos y ayudas para otros colegas.
- Te vendes no solo por lo que dices sino por cómo lo dices. Lo expresa concisamente Laura Chica, especializada en desarrollo de talento: «Déjame leerte y te diré quién eres»[IV]. Esto es especialmente importante en una profesión como la nuestra, donde se presupone maestría en el mecanografiado, la redacción y la estructuración de pensamientos. Un traductor no debe confundir la informalidad de la mensajería instantánea con la relevancia que tienen sus preguntas, estados y comentarios en grupos y foros de traducción. Debemos ser conscientes de que nuestras faltas de ortografía o el hecho de plantear preguntas mal estructuradas y sin contexto en un foro o grupo de traductores puede dañar nuestra imagen profesional y ahuyentar a potenciales clientes. En mis cursos suelo recordar que las erratas son tolerables, pero no los errores, máxime si estos son intencionados (ausencia de signos de puntuación, de algunas tildes, mala sintaxis…).
- Detrás de cada letra hay una persona cuyo tiempo es valioso. No debemos reemplazar la necesaria búsqueda de documentación por una perezosa y simple búsqueda de glosarios o traducciones de términos. Algunos traductores se sienten un poco utilizados (ya que en foros y grupos regalamos graciosamente nuestro tiempo a otros) cuando un traductor usa los foros para lanzar baterías de preguntas sin contexto buscando urgentemente traducciones de términos, o glosarios. Aunque es normal y habitual formular preguntas a colegas en foros de traducción, algunas pueden indicar que el trabajo que hemos aceptado no se corresponde con nuestro nivel de conocimiento, como aquel que aceptó un trabajo de traducción informática y preguntaba el significado de «User ID & login». En ocasiones, incluso, se dan casos en los que el corrector o el propio cliente también participa en ese mismo foro, y quedamos expuestos. En la búsqueda de documentación para nuestras traducciones, en lugar de recurrir únicamente a otros traductores, suele ser más fiable buscar fuentes fidedignas no documentales, enciclopédicas, orales, o consultar con profesionales, que es, además, una forma natural de promocionarse y darse a conocer entre potenciales clientes.
Por mi experiencia, he comprobado que hay una relación muy directa entre la cantidad de ayuda que recabamos de otros profesionales y la concisión con la que formulamos la consulta. Debemos redactar bien, ser precisos en la consulta, dar contexto, tener presente el valioso tiempo de los demás y aportar la mayor cantidad de datos posible para facilitar la ayuda por parte de otros.
- Tómatelo realmente en serio. Por muy lúdico que pueda ser el uso de las redes sociales, hay que diferenciar bien nuestro perfil personal del profesional, separándolos en cuentas distintas si fuera necesario. El perfil profesional no debería contener ciertos temas polémicos que pueden causar rechazo entre tus potenciales clientes. Es conveniente, por cuestiones de SEO (posicionamiento en buscadores), tener una imagen muy uniforme en todas nuestras redes sociales. Así, debemos meditar detenidamente el nombre comercial que queremos usar y que sea idéntico o lo más uniforme posible en todas nuestras redes sociales (lo que se denomina el Vanity URL). Asimismo, en el apartado de información personal de todas nuestras redes debemos incluir palabras claves que pensamos que usaría un potencial cliente para encontrarnos y contratar nuestros servicios. Debemos contar, a corto o medio plazo, con una página web básica y un nombre de dominio propio. Usar la dirección de Hotmail que uno abrió cuando era adolescente no es una buena idea.
- Do ut des. Como dice el antiguo adagio romano, la mejor manera de recibir es dando. Piensa qué puedes ofrecer a la comunidad de traductores. Clasifica y lleva un control de las personas, recursos, webs y ayudas que vas encontrando. Como también suelo repetir en mis cursos: «Funciona mejor el hecho de ofrecer que de pedir». En ocasiones, he subcontratado a traductores noveles de los que apenas sabía nada de su valía como profesionales, pero que conocía de tertulias o congresos, o bien que transmitían una imagen muy sólida a través de las redes sociales: citaban fuentes en sus artículos (no pretendían haber inventado nada), documentaban sus hallazgos, compartían información con colegas y sus redes (Twitter, Facebook, LinkedIn…) estaban interrelacionadas con destreza. En el primer intercambio de mensajes electrónicos, me transmitieron tranquilidad a través de mensajes bien estructurados y redactados, y sentí la confianza de que, no obstante, su falta de experiencia, iban a esforzarse al máximo con el trabajo encomendado.
En resumen, las redes sociales están aquí para quedarse y aunque pueden ser una intensa fuente de distracción, debemos asegurarnos de sacarle un provecho profesional, de convertirlas en el escaparate de nuestro negocio y, como tal, cuidarlo debidamente, además de aprovecharlas para documentarnos y enriquecernos como profesionales.
[I] Aula Virtual de Traducción: http://bit.ly/16d6tsq
[II] RTVE.es, «El odio es más influyente que la amabilidad, al menos en las redes sociales»: http://bit.ly/1e3uLtR
[III] En Twitter: http://bit.ly/18hGEv4
[IV] En Twitter: http://bit.ly/18hXXw1
Foto de Hillary en Flickr Creative Commons.